domingo, 21 de septiembre de 2014

Todos estamos hechos de las pequeñas cosas que nos rodean a diario, todas aquellas cosas que pocas personas les dan importancia pero que, para uno mismo, significan más que un mundo.
Pero ella... 
...ella era diferente.
Ella prefería tener un buen libro en la mano izquierda y ese té con canela y leche, que tanto le gustaba, a ir de fiesta un sábado por la noche. 
Ella era frío pero a la misma vez desprendía el calor de las velas, era abierta, compartía gran parte de sus anécdotas con los que amaba pero, al mismo tiempo, era misteriosa, nadie sabía qué se le pasaba por la cabeza en ningún momento.
Ella era el número de mantas que la acompañaban cada noche de invierno, los bolígrafos que llevaba siempre a mano, las letras que escribía y acababan quemadas en su azotea favorita.
Era sus citas favoritas escritas en su negro cuaderno, esa canción que escuchaba en sus días tristes, la sangre que corría por sus muñecas.
Era los fríos y grises días, la forma en que caía la lluvia contra el cristal de su habitación, el color negro, la oscuridad, la tranquilidad del mar.
Era sus largas duchas de agua caliente.
Era el color rojo fuego de su pelo y el color miel de sus ojos.
Era la tarde de los domingos.
Era los atardeceres que tanto le gustaba fotografiar. 
Era sus fotos.
Era el camino largo que tomaba de vuelta a casa y las callejuelas que tomaba para ir a todas las bibliotecas de su ciudad.
Era los grupos de música que poca gente conocía pero que ella amaba con toda su alma.
Era los intentos de poder concentrarse a la hora de escribir y los intentos fallidos.
Era sus manías, sus errores, sus virtudes. 

Ella era yo. O eso intento creer.
He llegado a tal punto en el que no sé lo que me gusta ni lo que no. Tampoco sé si disfruto lo que hago o si aprovecho el tiempo de la manera en que debería pero qué mas da.





Celeste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario